Encuentro con el hombre-mutante
As Pontes. Verano. Hace años (no sabría decir cuantos, pero bastantes):
-¡Tony! -escuché sin saber ni de quién ni de donde procedía la enigmática llamada-.
- Me giro, lo veo. -¡Hei, ¿qué pasa?! cuanto tiempo... -contesté, después de unos segundos-. Y nos abrazamos, larga y furiosamente, como solo dos amigos de una infancia perdida y añorada pueden hacer. Luego lo miro mejor, era una especie distinta: un conocido desconocido. En realidad un amigo de los mejores que nunca tuve. De los viejos tiempos, pero de los viejos de verdad. De cuando jugábamos en la calle, en el campo, a peleas, a pillar, escondite, con las peonzas, a carreras con las bicis, los yo-yos... El tiempo no había conseguido que nos olvidásemos el uno del otro.
Supe que era él, por un conjunto de rasgos que me resultaban lejanamente familiares, solo el físico y algo en el fondo de la mirada me recordaba muy vagamente a la persona que había sido.
Hablamos con bastante entusiasmo, de esto y de lo otro. De aquello y de lo de más allá. Pero no quise decirle lo que luchaba por salir de mis cuerdas vocales: "¿donde está tu otro yo, ese que es mi amigo y por qué no me avisaste cuando desapareció?".
Me pregunto si a él le sucedió lo mismo, porque soy incapaz de saber si yo había cambiado tanto. Pero él... él era él mismo pero a la vez otro diferente. Era algo muy extraño, un hombre-mutante. Tenía la impresión de haber hablado con el fantasma de mi antiguo amigo, con un farsante, un usurpador, un impostor, un clon inexacto. Aquel al que yo tanto aprecio tenía, había sido reemplazado por otro.
La vida nos va puliendo como diamantes, se encarga de hacer su trabajo, muchas veces por puro desgaste. Pero yo prefería al antiguo amigo, con todos sus defectos. Prefería al diamante defectuoso, sin pulir, con sus aristas y todo. Seguro que ahora era una mejor persona, una persona más completa y sabia, pero el corazón tiene razones que la lógica desconoce. No puedo culpar a mi amigo por evolucionar, eso mismo es lo deseable y es condición de vida. Si alguien hay culpable, ese no es otro que el tiempo "Los dedos miserables que le dan cuerda a mi reloj", parafraseando a Sabina.
Después de haber hablado largo y tendido con mi amigo, ya camino al redil -con perdón- del hogar familiar, recordé una frase del ensayo que estaba leyendo: "La Rosa sin porqué", de Antón Baamonde. Una frase que ya jamás olvidaría porque la comprendí en toda su extensión sin necesidad de experimentar nada dramático, ni tan si quiera vagamente doloroso, simplemente algo melancólico, en el fondo bonito e inevitable. La frase dice así: "La memoria es una venganza contra el tiempo".