El planeta sin noche

 
La luz de las estrellas que ejercían de soles bañaba de forma casi permanente cualquier punto del planeta. Cuando se empezaba a ocultar una estrella, ya estaba saliendo la otra. Se pesaba una tercera parte de lo que se pesa en la tierra y la vida resultaba, también en otro plano, más liviana y sencilla. La naturaleza no era cruel: ningún ser mataba o devoraba a otro para su propia supervivencia. Tampoco existían las mascotas, y esto, no se entiende muy bien porqué, pero era así...
Estaban muy bien organizados, no solo se ayudaban los unos a los otros siempre que podían, además disfrutaban con ello. Existían, sí, las jerarquías, aunque no las injusticias, ya que aquellas estaban estructuradas en base a estudios del aura capaces de revelar, sin ningún género de duda y muy sabiamente, los talentos y defectos de cada cual. Nada que ver con nuestro sistema de memorización-repetición-memorización-repetición... o, por ejemplo, los imaginarios méritos inservibles derivados de la estupidez terrícola por salir en la televisión o en las revistas del llamado -y que manera de manchar la anatómico/poética palabra- corazón.
Se producían constantemente fenómenos en la atmósfera, muy similares a lo que los terrícolas conocemos como arco iris o auroras boreales, pero su belleza era más intensa, desdibujada y rápida. Si alguna vez os habéis sobrecogido ante la belleza de una puesta de sol o su opuesto, un amanecer, pues entonces ya os podéis hacer una mínima idea de lo que sentían al contemplar aquellos fenómenos. Ellos apreciaban tanto las maravillas naturales que ni aparatos de electrónicos necesitaban. Aunque a decir verdad, tenían algo parecido a los móviles o Internet para comunicarse a grandes distancias (pero no me pidáis que lo explique con palabras, no soy capaz) preferían estar en la naturaleza para disfrutar de una variedad casi infinita de prodigios, para ellos cotidianos, pero que nunca dejaban de poseer su estrambótico encanto.
Se deleitaban con fenómenos tales como los volcanes de alimento, la nieve inteligente (con la que creaban esculturas permanentes, ya que solo se derretía aquella que carecía de belleza artística), el viento mágico (que transportaba los sueños más hermosos y que ellos podían apreciar despiertos) o la lluvia limpiadora (que como su palabra indica, limpiaba y purificaba todas sus calles).
Se habían especializado en los viajes interespaciales, visitando a menudo nuevas formas de vida y estudiándolas. Uno de los planetas más curiosos y contradictorios para ellos era la tierra, que han visitado varias veces. Se sorprendieron al ver como vivíamos. Estábamos rodeados de comodidades materiales a costa de estropear el propio planeta, y sin embargo, no se explicaban como podíamos tener un sistema económico tan injusto, donde una minoría posee la mayoría de la riqueza, y lo peor de todo: no encontraron un solo ser humano, ni uno solo, que hubiera sido siempre feliz.
Ellos estaban mucho más avanzados que nosotros, no solo tecnologicamente, sabían -y saben- como se crea el infierno y también como se camina hacia el cielo. Cuando vieron en la inmensidad del cosmos ese pequeño y hermoso punto azul por primera vez, sintieron claramente, con mayor pesar a medida que se acercaban, que se trataba de uno de los mundos más bellos pero semi-infernales que existen en el universo.