El camino hacia la paz interior pasa por vivir la vida despreocupadamente, con sencillez y sin los miedos que la sociedad inculca. Vivir cada día como si fuera el primero o el último, que más dará. Considero la serenidad absoluta como una entelequia, y además, ni siquiera es necesaria, pero todo lo que no resta, aporta. Lo que ocurre es que no diferenciamos lo que suma de lo que resta. La felicidad se encuentra camuflada en una resta que suma, la desconexión parcial de la mátrix, lo que siempre hemos buscado y no lo sabíamos porque el sistema no nos dejó, ya que precisamente el sistema es lo contrario a lo claro, lo libre y lo simple. Esta felicidad sería la repartición justa de los bienes porque implica la desaparición de lo material como un fin. Sería necesitar cada vez menos porque cada vez eres más pleno interiormente. Desintoxicarse en vez de intoxicarse. Preferir una vida espontánea a una preestablecida. Dedicar cada vez menos tiempo a actividades que no te aportan nada espiritualmente. Ver el sistema como lo que es: ilusorio pero esclavizante y generador de insatisfacción. No seguir el fútbol, ni la moda, ni la política, ni los programas ni las revistas del mal llamado corazón. Ser quién eres: un ser cambiante, entonces también y sobre todo es el derecho a vivir el momento siendo tú mismo. Mirar a la cara y defender la verdad de una vida plena que vemos como imposible de alcanzar porque estamos llenos de lastres tales como las malas noticias, las crisis, la contaminación, la deforestación, la superficialidad, las costumbres alienantes, las falsas doctrinas o las doctrinas parciales, etcétera. Pero todos podemos realizar pequeños cambios si somos conscientes del ruido que hace el engranaje del sistema y ya estamos hartos. Meditar, por ejemplo. Ya decían los budistas, hace miles de años, que esta vida es maya (ilusión), o sea, algo así como el lenguaje binario del que está compuesta la realidad en la película Mátrix. Ahora algunos científicos hasta se plantean la hipótesis de que habitemos en un holograma. También se ha conjeturado que nacemos para (entre otras cosas, claro) ser carne de cañón, alimento energético (rabia, miedo, frustración, etc.) de entidades negativas que no podemos ver. Sean estas cosas ciertas o no, me pregunto si tan siquiera es posible que algún ser humano sea capaz de alcanzar el deseado estado pero a la vez indeseable (no por malo, sino porque conlleva dejar de desear) llamado por los budistas nirvana, esa desconexión de la espiral alienante en vida.