"No llores porque ya se terminó... sonríe, porque sucedió". Gabriel García Márquez
Ya desde lejos me pareció reconocerla. ¿Será ella?... ¡Qué sea ella, qué sea ella! -pienso- ¡Sí! es ella. Me acerco a saludarla; la noto contenta y tengo que contenerme para no abrazarla. Noto su perfume, es refrescante y sofisticado a la vez. Intuyo todo un mundo nuevo. Su mirada, y su forma de expresarse me lo confirman. No sé si se estará dando cuenta de lo que siento, pero apuesto a que sí. Siempre ha existido una especie de telepatía entre nosotros. Por eso precisamente puedo sentir el muro que ella está levantando para que no me acerque demasiado. A pesar de ello, hablamos amistosa y naturalmente. No sé cuanto tiempo ha pasado desde que nos vimos por última vez. Me sigue pareciendo igual de encantadora que siempre, y ahora recuerdo que tiene algo especial; sabe sonreír cuando nadie más lo haría. Eso es algo que he aprendido a valorar más con el tiempo. El llanto en una mujer es algo relativamente fácil, pero siempre penoso para el hombre que lo comparte. Teresa nunca hizo de las lágrimas algo vulgar ni lo transformó en baladí. Su sonrisa, por el contrario, siempre era excepcional y generosa.
Teresa forma parte de una época que me gusta recordar. Éramos más ingenuos, pero ella, ya entonces, tenía una sabiduría que salía a relucir cuando menos me lo esperaba. Bastantes veces he pensado en ella y en como estaría. Sabía ser práctica como nadie, sin llegar a ser materialista. Y siempre se encargaba de quitarle hierro a todo. Nunca sabrá cuanto le debo por eso. Me ayudó a suavizar la parte más tremendista y salvaje que yo tenía por aquel entonces. Tengo que decir que Teresa me dejó. No fue nada trágico, y sería imposible guardarle rencor por ello. Decía que no podía darle el tipo de relación que ella quería. Yo entonces pensaba -o quería pensar- que sí, y que aquello sólo era una excusa para dejarme manteniendo su conciencia limpia. Pero ahora tengo que reconocer que no fue un error y que una parte de mí, al poco, se sintió bastante mejor. Yo aún tenía que vivir otras etapas, y eso hubiera sido imposible de haber permanecido anclado en la comodidad de la inercia cotidiana. Teresa me conocía mejor de lo que yo me conocía a mí mismo; varias veces acertó en el centro de la diana con sus apreciaciones personales, y con el transcurrir del tiempo, más claramente he podido constatarlo.
Sin duda, todavía queda algo entre nosotros. No es ese apasionamiento del comienzo de cualquier relación juvenil, es ya la satisfacción serena del agradecimiento por el cariño que nos dimos. Tanto ella como yo hemos cambiado, pero aquí estamos los dos ¡cosas de la vida! como antiguamente. Ella siempre acaba hablando y hablando, y yo admirándola en silencio por su comprensión de lo humano y lo divino. Me sigue pareciendo graciosa su forma de expresarse, a veces entre inocente y pícara. Quiero preguntarle si tiene pareja, pero me parece un poco brusco hacerlo directamente, así que pruebo a lanzarle una indirecta. Ella la capta al instante; tiene pareja. No ha tenido hijos. Seguimos hablando un poco más, hasta que tímida y fugazmente, como avergonzándose del centelleo de su mirada, me dice que se tiene que ir. Sin entender muy bien por qué, me quedo clavado... escuchando latidos sin dueño. Mirándola mientras se aleja. Detrás de mí unos niños corretean y gritan, enloquecidos.