Reflexión sobre las reflexiones


No sé si existirá el destino, hay veces en las que todo parece encajar a la perfección e incluso detrás de lo malo puede encontrarse fácilmente la semilla del crecimiento. Por el contrario, hay otras veces en las que siento la voluntad y el libre albedrío y pienso que eso del destino no puede ser cierto. ¿Qué es lo verdadero? ¿Cuándo estoy en lo cierto? Si existe el destino combinado con el libre albedrío, en los pensamientos encontraría el hombre su mayor grado de libertad. Pero los pensamientos pierden mucho de su sentido sin la acción. Pensamiento acertado, profundo y preciso y acción claramente definitoria. No se me ocurre otra combinación mejor para alcanzar el éxito.
Los pensamientos optimistas es muy fácil compartirlos. Con los pensamientos pesimistas pasa todo lo contrario. Una sonrisa o un gesto amable pueden ayudar bastante en la vida y, además, son gratis, por eso la gente tampoco quiere expresar los pensamientos más oscuros, que todos alguna vez tenemos. Pero hay una cosa con la que normalmente no se cuenta porque no se es consciente de ello, aunque no se quiera expresar algo, lo que se calle, y cuanto más tiempo pase peor, se verá reflejado, a la larga, en el semblante.

No está en la naturaleza del ser humano, competitivo per se, dejar de cuestionar y de pensar, aún sabiendo que los pensamientos negativos pueden surgir y cuando esto pasa, nos damos cuenta de que somos minúsculos títeres en una bola que es muy poco para la inmensidad del todo, hojas mecidas y llevadas por el viento, hormigas inconscientes de que pueden ser pisadas por un elefante en cualquier momento. Si existe el destino y, huelga decirlo, sin perdernos el bosque por los árboles,  al desestimar abstrusas consideraciones místicas, llegamos a la cruenta conclusión de ser los personajes de un guionista despiadado. O algo parecido. Así de jodida y cabrona puede ser la mente.

La ataraxia y el estoicismo de la antigua Grecia, el nirvana del Budismo, la mojigatería del Judeocristianismo o del Islam, la sociedad de consumo del zombie moderno en la sociedad desarrollada... todas estas cosas tienen en común una suerte de bobaliconería que se deja llevar y no cuestiona, que embota. Pensar demasiado siempre será improductivo para fabricar ese eje maravilloso de serenidad que, girando sobre si mismo pero sin desplazarse de su sitio, otorga un sentido de consistencia a los "afortunados" seres de férreas creencias. ¿Cúal es la solución entonces? ¿Qué es lo más inteligente que uno puede hacer para no permanecer anquilosado pero tampoco acabar siendo un desdichado? ¿Cómo compatibilizar el hecho sentirse vivo con la despreocupación sin caer en la imbecilidad? Los indígenas nativos norteamericanos tienen la respuesta: El hombre blanco está loco. Loco por pensar con la cabeza, ellos piensan con el corazón; por consiguiente, sienten. Venga lo que venga y sin miedo a las emociones. No entienden al hombre blanco que, comparado con ellos, siempre está con algún problema o frustración. Que extraño y que sabio este antiguo pueblo, ¿no? que cultura tan ajena... pues no, ni tan extraña, ni tan ajena. Nosotros tenemos la palabra "recordar", del latín "recordari", "re" (de nuevo) y "cordis" (corazón), cuando recordamos a alguien lo que estamos haciendo es volverlo a pasar por el corazón. Los aciertos, las verdades universales son acervo de todo el mundo, pero unas culturas cazan unos, y otras cazan otros. A mí me gusta girar el mundo para verlo desde todos los ángulos, y me puse a reflexionar con el corazón, como hacen los indígenas. La conclusión  a la que he llegado no la puedo contar, porque entonces estaría pensando con la cabeza.