"La vida no tiene sentido". Afirma el ateo.
"El sentido de la vida es el que tú le quieras dar". Reflexiona el filósofo.
"El sentido de la vida es un misterio". Descubre un día el mago.
"El sentido de la vida es Jesús". Reza el católico.
"El sentido de la vida lo encontrarás dentro de ti". Interioriza el anacoreta.
"El sentido de la vida acaba de ser descubierto en un laboratorio". Retransmite el locutor.
"El sentido de la vida es bla bla, bla...". Dice el que habla por hablar.
"El sentido de la vida es perfeccionarse hasta la iluminación". Medita el místico.
Y así, cada cual vive lo que cree, hasta un día, donde quizá algo cambie y se comprenda sin palabras...